sábado, 17 de octubre de 2009

Un cuento cotidiano sin remedio

Yace ahí en el rincón, borracho como siempre, arrugado como una pasa de uva, arrollado y con frío. Se mece para que me de cuenta de que esta vivo mientras lo observo atónito, sin palabras. Maltratado por la mugre y la gente, prefiere la soledad y el silencio y algunas veces también la oscuridad, porque la muerte lo seduce y conoce su aliento, su forma, su corazón. Ya no juega, ya no ríe ni llora, ahora siente las cosas de otra manera aunque a veces deja caer alguna lagrima y como no también alguna sonrisa, de esas solitarias que cuando lo miro captan mi atención, ahora parece estar en su propio mundo, recordando momentos felices del pasado. Su cuerpo no aparenta la edad, algunos dicen que tiene 50 pero el almacenero Pepe Irrazabal me dijo en confianza que tiene 34. Pepe es buena gente, un poco torpe pero macanudo, su aspecto es desalineado pero cuando doña Flores lo reta enseguida se afeita y se pone churro. También me dijo el nombre de aquel cuerpo humano, aunque el paso del tiempo le había deteriorado un poco la memoria me dio dos opciones, la cosa estaba entre Pedro y Juan. Claro que estos dos nombres no tienen nada que ver pero siempre los confundía porque en el barrio había dos botijas de la misma edad que se llamaban así, uno había fallecido en un accidente automovilístico, el otro era el que estaba viendo ahí con mis propios ojos. Me contó que lo conocía, era el hijo de Guillermito, el mismo que hacia unos años se había ido del barrio, pero claro, hacia mucho tiempo que no lo veía y no sabia nada de su vida. Doña Flores nos corto la conversación, siempre trabajando esa doña, Pepe se hacia el loco y dos por tres se iba a la bodega a descansar un poquito, no mucho porque la doña ya le había descubierto todos los trucos. “Pepito dejate de hacer sebo y ayuda” –le decía la doña. ¿Y que pasaba con Pedro o Juan? Pobre, seguramente en su cabeza tenia su mundo y el se entendía a su manera, nunca hizo mal a nadie, pero en el mundo no había un lugar para él. Un buen día alguien aviso a la policía y después de escuchar las sirenas mire por la ventana pero jamás lo volví a ver. ¿Y Pepe? Y Pepe tampoco sabe nada.

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